sábado, 9 de abril de 2011

Se le quemaron los papeles

El director gerente del Fondo Monetario Internacional, el  Dominique Strauss-Kahn ese, acaba de decir que lo que estuvieron haciendo durante estos últimos 20 o 30 años estaba mal, que el llamado neoliberalismo es nocivo para la salud y que lo mejor para el universo es el comunismo.
Bueno, no dijo exactamente eso, dijo esto (entre otras cosas) :

Estamos viviendo un momento de la historia muy singular, un período de gran conmoción. Como todos ustedes saben, la crisis financiera mundial devastó la economía mundial y causó incalculable penuria y sufrimiento en todo el mundo. Pero eso no fue todo: también devastó los cimientos intelectuales del orden económico mundial del último cuarto de siglo.

Antes de la crisis, pensábamos que sabíamos bastante bien cómo dirigir las economías. El denominado “consenso de Washington” tenía una serie de mantras fundamentales. Una serie de normas simples en materia de política monetaria y fiscal garantizarían la estabilidad. La desregulación y la privatización generarían crecimiento y prosperidad. Los mercados financieros encauzarían los recursos hacia las esferas más productivas y se supervisarían a sí mismos en forma eficaz. Y todo mejoraría gracias a la globalización.
Todo esto se derrumbó con la crisis. El consenso de Washington pertenece al pasado. Tenemos por delante la tarea de reconstruir los cimientos de la estabilidad para que resistan el paso del tiempo y que la próxima etapa de la globalización sea beneficiosa para todos. Esta labor tiene tres esferas centrales: un nuevo enfoque de política económica, un nuevo enfoque de cohesión social y un nuevo enfoque de cooperación y multilateralismo.
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Un nuevo enfoque de política macroeconómica
En el antiguo paradigma, a la política monetaria solo le incumbía la inflación y el crecimiento. Pero esto era demasiado simple. 
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¿Qué ocurrió con la política fiscal? En el antiguo paradigma, la política fiscal había caído decididamente en desuso. Su función estaba limitada a los estabilizadores automáticos ―que permitían que los déficits presupuestarios crecieran o disminuyeran a tono con el ciclo económico―, y la política discrecional despertaba gran desconfianza. Pero cuando se agotó el margen de acción de la política monetaria y el sistema financiero se desplomó, se recurrió al instrumento olvidado para apuntalar la demanda agregada y salvar a la economía mundial de una caída en picado. Debemos replantearnos la política fiscal...
Debemos mejorar la tarea de supervisión, ya que ni siquiera las mejores normas sirven si no se las aplica en forma adecuada. Debemos mejorar los mecanismos de resolución para poner fin al flagelo de las entidades demasiado grandes odemasiado importantes para quebrar, sin olvidar la crucial dimensión transfronteriza. Necesitamos un impuesto a las actividades financieras para obligar a este sector a absorber parte de los costos sociales de su comportamiento arriesgado.
En términos generales, diría que existen dos conclusiones generales. Al formular un marco macroeconómico nuevo para un mundo nuevo, el péndulo se desplazará —por lo menos un poco— del mercado hacia el Estado, y de un entorno relativamente simple hacia uno relativamente más complejo.
Un nuevo enfoque de inclusión social
La nueva gobernabilidad mundial también debe dedicar más atención a la cohesión social. No me malinterpreten: el antiguo modelo de globalización produjo muchos resultados positivos y sacó de la pobreza a cientos de millones de personas. Pero esa globalización tiene una cara oculta: un profundo y creciente abismo entre ricos y pobres. Si bien la globalización del comercio estuvo asociada a una reducción de la desigualdad, la globalización financiera ―el aspecto más destacado de los últimos años― la aumentó.
Se tendió a restarle importancia a la desigualdad, y a considerarla como un mal necesario en el camino hacia la riqueza. Pero la crisis y sus secuelas han alterado radicalmente nuestras ideas. La combinación mortífera de un alto y prolongado desempleo y una fuerte desigualdad puede crear tensiones en la cohesión social y la estabilidad política, lo que a su vez repercute en la estabilidad macroeconómica.
Es posible que la desigualdad haya sido una de las causas “silenciosas” de la crisis. En vísperas de la crisis, la desigualdad en Estados Unidos había retomado los niveles registrados antes de la Gran Depresión. Tal como ocurrió en la Gran Depresión, a esta Gran Recesión la precedió un aumento de la participación en el ingreso de un sector financiero rico y creciente. En estas circunstancias, el endeudamiento quizás actuó como una válvula de escape que le permitió a la gente común y corriente alcanzar un mejor nivel de vida, pero fue un recurso efímero.
A más largo plazo, el crecimiento sostenible está asociado a una distribución del ingreso más equitativa. Existen muchas razones para que sea así. La desigualdad puede dificultar el acceso a los recursos financieros. Puede incrementar la propensión de los países a los shocks adversos. Puede erosionar la confianza en las instituciones y promover la inestabilidad. Además, sin una clase media sólida, hay poca probabilidad de que la demanda interna avance.
Necesitamos una nueva forma de globalización, una globalización más justa, una globalización con un rostro más humano. Las ventajas del crecimiento deben distribuirse en forma amplia, no concentrarse en las manos de unos pocos privilegiados. Si bien el mercado debe mantener su papel protagónico, la mano invisible no debe convertirse en un puño invisible.
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A partir de acá digo que somos lo mejores, que no fue culpa nuestra, que no sabiamos, que nos equivocamos pero que somos el futuro, somos lo que necesita el mundo para salir de esta crisis que otros provocaron por haber usado nuestras recetas, bla bla bla.
Si te interesa podes leer el discurso completo del compañero DOMINIQUE STRAUSS-KHAN acá 


Agradecimientos:
Gracias a ALDO porque en su blog leí lo arriba publicado, y gracias a Anónimo (comentario en el blog de Aldo) que me dió el título de este post. 

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